Hensel, B. (ed.), Transjordan and the Southern Levant. New Approaches Regarding the Iron Age and the Persian Period from Hebrew Bible Studies and Archaeology, Archaeology and Bible VIII, Tübingen, Mohr Siebeck 2024. 347 pp. ISBN 978-3-163451-2/eISBN 978-3-16-163452-9. Precio: 109 €.
El libro se centra en las regiones de Transjordania desde principios de la Edad del Hierro I hasta los períodos helenísticos describiendo su integración dentro del Levante meridional y sus conexiones con las zonas del Mediterráneo, Egipto y Mesopotamia junto con sus principales poderes políticos durante estos períodos. Lo hace desde una perspectiva multidisciplinar que incluye la arqueología, los estudios bíblicos hebreos, la historia social/cultural, la asiriología, la historia antigua y la historia religiosa.
Como señala Benedick Hensel en su “Introducción”, tanto las actividades de extracción de cobre de Edom en las primeras etapas de su organización tribal nómada (en Timna y Faynan), como sus posteriores sistemas económicos y de comercio internacional, resultaron bastante influyentes para todo el Mediterráneo oriental. Las regiones transjordanas de Moab, Amón y Edom fueron zonas cruciales durante la Edad del Hierro para el desarrollo cultural, religioso y político del Levante meridional hasta la conquista babilónica. Sin embargo, los registros arqueológicos fragmentados de las regiones transjordanas y “los hallazgos recientes sugieren con fuerza que hubo un declive significativo en la historia de los asentamientos tras las intervenciones babilónicas, pero también que hubo continuidad de asentamientos en varios lugares clave en el período persa, así como una continuación del pastoreo nómada o seminómada que había sido una característica de este paisaje durante siglos” (p. 5).
Tras la introducción de Hensel hay dos secciones. La primera se centra en la Edad del Hierro y sus contactos culturales y contextualización geopolítica. La segunda se titula “The Persian Period – Overcoming a Research Desideratum, Tracing Biblical Traditions and their Historical Backgrounds”.
El ensayo que abre la primera sección procede de Zachary Thomas (Universidad de Tel Aviv, Israel), “Early Iron Age Polities in the Southern Levant: Methodological Remarks”, donde critica los llamados modelos “neo-evolucionistas” de estatalidad, que proponen la idea de que las tribus evolucionaron hasta convertirse en jefaturas, que a su vez evolucionaron hasta convertirse en estados. Thomas argumenta que este tipo de modelo tiene su matriz en una idea particularmente eurocéntrica que se ha impuesto de forma anacrónica a las culturas antiguas y se ha aplicado también a la historia de Israel y Judá. Destaca algunos puntos clave que debilitan este modelo como los supuestos de organización sociopolítica en el Próximo Oriente antiguo, la falta de conciencia del problema ético y émico al entender el desarrollo de la Edad del Hierro I, y la falta de pruebas arqueológicas para la identificación segura de las estructuras estatales de este período. El autor da por cierta la existencia histórica de un período monárquico temprano en el que existieron grupos nómadas y asume que el problema de las “lagunas” en el registro arqueológico, especialmente las de las organizaciones tribales basadas en tiendas de campaña, puede deberse a que apenas han quedado pruebas arqueológicas debido a la escasa durabilidad de los restos. Teniendo en cuenta estos puntos, aboga por una visión más crítica de la historia, en la que la arqueología no funcione como árbitro final de las cuestiones históricas.
En “Friendly Aggression: Egypt’s Interests in Transjordan between Diplomacy, Trade, and Conflict (ca. 1075-525 B.C.)”, Katja Weiß (Universidad de Maguncia, Alemania) subraya la naturaleza del contacto cultural entre Egipto y Transjordania, especialmente durante la dinastía XXVI, cuando los reyes libios aplicaron una política de “agresión amistosa” por la que Egipto intentaba acceder a todos los recursos que necesitaba, especialmente los minerales extraídos de Timna y Fenan, al tiempo que trataba de limitar los conflictos políticos y militares con los reinos vecinos. Para Egipto era esencial mantener el acceso a las principales rutas comerciales de cobre y plata, así como a las de incienso y piedras preciosas procedentes de Asia. La región de Transjordania era crucial en este sentido, por lo que los reyes libios y nubios establecieron un complejo sistema de aliados, socios y partidarios en toda la región. Esta estrategia demostró ser un éxito y se mantuvo como práctica cultural de sus políticas hasta los reyes mucho más tardíos del período saíta. Las campañas en alianza con aliados, especialmente grandes grupos de mercenarios, fueron típicas de los reyes posteriores a Sheshonq I.
El tercer artículo de la primera sección procede de Quinn Daniels (Universidad de Nueva York, EE. UU.): “Inscribing the Northern Kingdom of Israel’s Eastern and Southern Interests: The Exodus-Wilderness-Eastern Conquest Tradition”. Aquí, el autor sostiene que la conquista transjordana, tal como se conserva en Dt 1–3, sitúa al reino de Israel en un marco histórico ideal para poder integrar estas posesiones como las de reyes míticos del pasado lejano en lugar de vecinos contemporáneos reales. Sugiere que la combinación literaria israelí de las tradiciones del éxodo, el desierto y la conquista oriental sirvieron para inscribir en un pasado lejano sus posesiones actuales de tierras en Transjordania como también sus actividades en el lejano sur. Es posible que este desarrollo literario se utilizara en la formación de los escribas israelitas, brindándoles así un sentido de pertenencia y reforzando la legitimidad de sus intentos por reivindicar una presencia antigua en estos territorios.
En “Israelite and Judahite Involvement in Transjordan during the Monarchic Period. A Synthesis of the Biblical and Extrabiblical sources”, Stephen Germany (Universidad de Basilea, Suiza) analiza las referencias bíblicas sobre la participación israelita y judaíta en Transjordania durante el período monárquico (1-2 Sam; 1-2 Re; 2 Cr) y las fuentes extrabíblicas de la misma época (inscripciones del Levante meridional; inscripciones asirias y pruebas arqueológicas). Las referencias bíblicas a la región transjordana de Galaad se producen con mayor frecuencia en las narraciones bíblicas ambientadas antes del final del reino septentrional de Israel en el 722 a.C., pero las escasas pruebas arqueológicas demuestran que “hay pocas evidencias del control judaíta directo del territorio en Transjordania durante el período monárquico (p. 121)”. Sin embargo, hay algunas evidencias del movimiento de mercancías entre Judá y Moab y Amón durante los siglos viii y vii que sugieren que Judá tenía un interés económico en el comercio con los estados vecinos de Transjordania y en el acceso a las rutas comerciales de larga distancia que pasaban por ellos.
“Sihon and the Problem of Israel in Transjordan,” de Jordan Davis (Universidad de Oldenburg, Alemania), examina las cuestiones que rodean los conflictos entre los relatos de Sijón en Números y Deuteronomio (Nm 21,21-35 y Dt 2,24–3,20) por la idea del asentamiento de Israel en Transjordania frente a la incongruencia de los motivos del Hexateuco en los que la Tierra Prometida se limita a Cisjordania. Sugiere que una explicación ideológica/teológica subyace al desarrollo de esta tradición, que hunde sus raíces en la tradición de la dinastía israelita de los nimsidas. Sería el producto de una expansión literaria del período persa que trata de explicar la presencia de Israel en Transjordania a la luz de la noción posterior de que la Tierra Prometida se limitaba únicamente a Cisjordania.
En “Tribes and Territories in Transjordan: The Tribe of Gad in Moab and Israel,” Erasmus Gaß (Universidad de Augsburgo, Alemania) analiza la pretensión omrida de poseer el norte de Moab en contraposición a la versión moabita descrita en la estela de Mesá (KAI 181). El autor sostiene que el núcleo del territorio de Moab se encontraría en el Mishor, al norte del río Arnón, y no en el Arḍ el-Kerak, ya que esta zona se llamaba anteriormente ʿAr. El rey moabita Mesá habría unido varias tribus previamente asentadas eligiendo el nombre “Moab”, como identificador supratribal, y estableciendo el culto dinástico al dios Qemosh, como garante religioso de sus pretensiones territoriales. Con respecto a la tribu de Gad, sostiene que en la tierra de Moab vivía un grupo de población indígena y que, por lo tanto, pertenecía al reino de Mesha, y concluye que el relato de la estela de Mesha sobre la masacre de los gaditas en la ciudad de Atarot se explica mejor como un castigo por su deslealtad a la luz de su cooperación con los omridas.
La segunda sección se desarrolla en cuatro artículos.
El primer artículo de esta sección es de Benedikt Hensel (Universidad de Oldenburg, Alemania): “Transjordan and Judah from the Babylonian to the Hellenistic Period (6 th-2 nd centuries BCE): Their Cultural, Religious, Economic, and Political Entanglements and Their Impact on the Formation of the Hebrew Bible and Emerging Judaism”. Presenta una reconstrucción del desarrollo histórico de Transjordania, el valle del Jordán, el valle occidental del Arabá e Idumea, desde el período babilónico al helenístico en el contexto del Levante meridional. Incluye un debate sobre las posibilidades de identificar y categorizar los hallazgos del período persa, seguido de un análisis de las fuentes arqueológicas, epigráficas, iconográficas y literarias bíblicas actualmente disponibles. En opinión de Hensel, la zona de Transjordania muestra un estrecho entramado cultural, político y sociológico con las zonas cisjordanas desde el siglo viii al ii a.C. El artículo demuestra que, a pesar de estar situadas en los márgenes del Levante meridional, las regiones transjordanas (junto con el valle del Jordán e Idumea, en el valle occidental del Arabá) resultaron ser influyentes para todo el Mediterráneo oriental y, en particular, para la formación de Judá y el judaísmo primitivo y sus escrituras normativas, las que, más tarde, se convirtieron en la Biblia hebrea. Las pruebas fehacientes de la existencia de comunidades e individuos judaicos o judíos primitivos en Transjordania demuestran que la etnicidad y la formación de la identidad en estas regiones eran variables y seguían evolucionando en el período persa. Hensel también sugiere la necesidad de entender “el valle del Arabá como una zona de contacto y amortiguación cultural en lugar de hablar de las fronteras políticas y culturales clásicas entre Judá y Edom” (p. 224).
En “Transjordan in the Persian Period: The Archaeological Evidence and Patterns of Occupation,” Piotr Bienkowski (Universidad de Manchester, Reino Unido) revisa los testimonios arqueológicos del período persa en Transjordania para evaluar las pautas del asentamiento en la región y las características sociales. Muestra cómo los testimonios arqueológicos contradicen la antigua suposición de un vacío ocupacional en Transjordania durante el período persa, ya que se ha encontrado cerámica ática importada de los siglos v y iv a.C. en yacimientos de toda Transjordania, lo que demuestra su conexión con el sistema de comercio e intercambio con el Mediterráneo durante el período persa. En Ammonn, el comercio probablemente transcurrió junto a tribus árabes, como los quedaritas, en el Néguev y el Sinaí, y quizá los primeros nabateos del siglo iv a. C. La presencia de importaciones áticas en varios yacimientos del valle del Jordán indica que la población estaba integrada en el sistema más amplio de comercio e intercambio con el Mediterráneo. Asimismo, algunos hallazgos con fuertes rasgos egipcianizantes sugieren que el valle del Jordán estuvo ocupado por colonos egipcios hasta el siglo v a.C. por motivos comerciales. Analizando los nombres divinos registrados en tablillas y sellos cuneiformes, el autor muestra la naturaleza politeísta de las poblaciones de la región que englobaban tradiciones religiosas edomitas, amonitas, cananeas, fenicias, israelitas y babilónicas.
En el ensayo “Powerful ‘Localisms’: Interconnecting Imperial, Regional, and Local Expressions in Persian-Period Glyptic East of the Jordan River,” Ben Greet (Universidad de Zúrich, Suiza) examina una serie de sellos descubiertos recientemente, principalmente de la región de Ammán con el triple objetivo de identificar los distintos grupos de origen, las diversas esferas de interacción entre ellos y tratar de establecer “localismos” dentro de estos grupos. El autor demuestra que, aunque muchos de los motivos de los sellos se remontan a la simbología de imperios mayores, no son propiamente “egipcios” o “persas”, etc., sino que han sufrido sus propios procesos locales de adaptación y desarrollo. Greet sostiene que las glípticas demuestran no solo las influencias imperiales más amplias de su época, sino también la interconexión de los pueblos del Levante meridional.
En el último artículo de este libro, “Edom in Yehud: How did Postexilic Judeans Imagine Edom?”, Yigal Levin (Universidad Bar-Ilan, Israel) examina las referencias a Edom, Seir y Esaú en la literatura bíblica de los períodos neobabilónico y persa, e intenta comprender el trasfondo histórico y las alusiones geográficas de estas referencias. Sobre la cuestión crucial de la datación histórica de los pasajes bíblicos, Levin apela a un supuesto consenso entre eruditos, “más que a las cuestiones más complejas de la composición y redacción final de los libros en su conjunto (p. 332)”. Siguiendo exclusivamente este criterio argumenta que todos los textos bíblicos que especifican accidentes geográficos que se refieren al territorio de Edom remiten a la Edad de Hierro, mientras que ninguno de ellos parece referirse a una supuesta “invasión” edomita del sur de Judá o de la zona conocida posteriormente como “Idumea.” Dado que Edom, Seir y Esaú no se mencionan en absoluto en Esdras-Nehemías, Ageo o Zacarías, Levin concluye que la provincia de “Idumea” no existía en el período persa.
Olga Gienini