J. Varga Andrés, La salvación como solidaridad. El paradigma soteriológico del evangelio de Lucas (Asociación Bíblica Española. Monografías Bíblicas 82), Verbo Divino, Estella 2022, 560 pp. ISBN 978-84-9073-846-7.

Inspirado por la intuición de L. Alonso Schökel de que la redención es una obra de solidaridad [La Rédemption œuvre de solidarité”, NTR 93 (1971) 449-472], este libro, fruto de la investigación doctoral de su autor bajo la dirección de Massimo Grilli, busca responder al qué, cómo y para quién de la salvación en Lc por medio de la categoría “solidaridad”, que no es una perspectiva de estudio, sino el paradigma hermenéutico que brota de los textos estudiados.

Después de la introducción propia de una tesis (31-50: Importancia del tema; Status quaestionis; Novedad y límites de la investigación; Perspectiva metodológica; Plan de trabajo), la obra se articula en tres partes (con dos capítulos cada una), según la trama narrativa de Lc: el proemio (donde se constata la solidaridad de Jesús en los inicios), el camino de Galilea a Jerusalén (donde se describe el camino de Jesús en solidaridad) y el desenlace en Jerusalén (que supone el clímax de la solidaridad). La selección de los textos estudiados en cada parte se debe a un doble criterio: el lugar estratégico que ocupan en el evangelio y su ser material/aspecto exclusivo de Lc.

El primer capítulo (53-120), dedicado al Benedictus (Lc 1,68-79), incide en el tema de la visita, con su trasfondo bíblico y greco-romano. Para Lc no basta que Dios se haga presente en este mundo, es necesario que lo haga como hombre. Anclada en la memoria de la historia de la salvación (alianza y misericordia) y las promesas mesiánicas de la Escritura, la materialización de la visita divina en la persona de Jesús inaugura una nueva relación Dios-hombre. Además, esta singular visita de Dios en modo humano reclama la respuesta por parte del hombre. El segundo capítulo (121-171) aborda los prolegómenos de la misión por medio de la exégesis de tres pasajes: el bautismo (Lc 3,21-22), donde se subraya la unión de Jesús con el pueblo pecador; la genealogía (Lc 3,23-38), donde destaca la solidaridad creacional; y las tentaciones (Lc 4,1-13), donde la solidaridad en la prueba queda manifiesta. En conjunto, las tres perícopas muestran que Jesús comparte plenamente la historia humana, marcada desde su inicio por el pecado, para poder redimirla. El capítulo tercero (175-236) comenta el discurso programático de Jesús en Nazaret (Lc 4,16-30), donde se cita Is 61,1-2 como hoja de ruta de Lc y se presenta a Jesús como gōēl del año de gracia. Además de argumento solidario, esta tipología es la clave soteriológica del tercer evangelio: la redención es comprendida como una liberación jubilar, no como un pago requerido. El capítulo cuarto (237-303) considera varios pasajes conviviales únicos de Lc (excepto la conversión de Leví) que están en relación con el año de gracia para los ‘anāwîm (Lc 5,22-32; 7,36-50; 15,1-7; 19,1-10), en los que se evidencia que la salvación implica no solo conversión y perdón, sino también restauración social. Compartiendo mesa-vida con los últimos, Jesús los restaura integralmente. El capítulo quinto (307-382) está dedicado al discurso de despedida (Lc 22,24-38), que subraya el culmen de la solidaridad en el v. 37, clave salvífica del relato de la Pasión, y la apertura escatológica de la solidaridad por medio de la nueva alianza. Mediante un concienzudo estudio textual y contextual, el autor pone en valor el texto occidental con su omisión de los vv. 19b-20 (322-334). Respecto al v. 37, demuestra, frente a la mayoría de los estudiosos, que la cita de Is 53,12 sigue la LXX (καὶ ἐν τοῖς ἀνόμοις ἐλογίσθη), lo cual le permite leerla en el contexto de IsLXX 53, versión que varía considerablemente respecto al TM y que encaja mejor en la teología lucana (pp. 361-362; 372-376; cf. Hch 8,32-33). El capítulo sexto (383-453) considera la escena del Calvario (Lc 23,33-49), en la que la muerte solidaria de Jesús con los impíos señala la reapertura del Paraíso e interpela tanto a quien muere con él como a los espectadores de la misma. Un capítulo a modo de epílogo (455-490) considera Lc 24, pasaje que recapitula los elementos soteriológicos del evangelio en clave pascual y muestra la solidaridad operante en el resucitado: nueva presencia solidaria de Jesús. El último capítulo (491-511) sistematiza las conclusiones en cuatro epígrafes: La solidaridad como principio teológico-soteriológico; La solidaridad como principio antropológico; El dinamismo solidario; Revelación y salvación.

El autor parte del concepto antropológico de “solidaridad” y descubre que el tercer evangelio lo dota de una dimensión teológica. La solidaridad implica participación común (= relación), interés en causa ajena (= responsabilidad) y asumir las consecuencias de ello. La relación se inicia en la encarnación (con la importancia del concepto “visita”), se desarrolla en el convivio (compartir la vida, particularmente junto a los pecadores), culmina en la cruz y continúa de un modo nuevo tras la resurrección; la responsabilidad (expresada en términos de liberación y jubileo) se concreta en el año de gracia, proclamado y ejecutado por Cristo-gōēl; las consecuencias (básicamente rechazo) quedan constatadas en que Jesús es contado con los culpables y muere con ellos.

En base a la hermenéutica de los textos, el modelo salvífico solidario descubierto tiene varias implicaciones. La salvación es responsabilidad de Dios, que hizo un pacto con su pueblo. Además, esta consiste en un modo renovado de relación con Él (conversión, perdón, supresión de barreras socioculturales; esto es, una vuelta a la condición original): se trata de la comunión plena con Jesús aquí y en el Reino futuro. Por otro lado, la salvación no consiste en un sacrificio expiatorio o una muerte vicaria que satisface, sino solidaridad, cuya máxima expresión es la cruz. La cruz es el resultado de la unión de Jesús con los pecadores y el encuentro con los delincuentes (toma parte con ellos). La propuesta de este estudio no centra la salvación en la muerte, sino que integra esta en la totalidad del ministerio de Jesús, que culmina en el misterio pascual, del cual la muerte es parte. De este modo, evita el exclusivismo salvífico de la cruz o el entender separadas muerte y resurrección.

La solidaridad, enriquecida con su dimensión teológica lucana, se revela soteriológica y muestra su dinamismo: la solidaridad es creacional (fundamento), salvífica (ya) y escatológica (todavía-no); círculo que se cierra porque la solidaridad escatológica busca restaurar la condición original por medio de la salvación. De hecho, la solidaridad creacional evidencia la teología genesíaca lucana, poco destacada habitualmente y muy trabajada por este autor: Lucas concibe la salvación, en la línea del contexto intertestamentario (cf., por ejemplo, Test. Lev. 18,10-11), como un reditus ad Paradisum (169; 437-442; 473-475). Además, la dimensión teológica de la solidaridad fundamenta y motiva la dimensión antropológica: el camino solidario de Dios es el camino a recorrer por la Iglesia.

La profundidad y carácter complexivo de esta obra la convierte en un punto de referencia y diálogo para todos los que estudian el tercer evangelio.

Álvaro Fernández Fidalgo

Instituto Teológico Divino Maestro (Ourense)

alvarobiblia@gmail.com

R. Aguirre Monasterio, La fuerza de la semilla. Jesús y los orígenes cristianos en contexto, Verbo Divino, Estella 2021, 512 pp. ISBN 978-84-9073-666-1.

Catedrático emérito de la Universidad de Deusto, Rafael Aguirre (1941) es de los neotestamentaristas más prestigiosos en el ámbito español e hispanoamericano y un pionero en la aplicación de las ciencias sociales a los estudios bíblicos.

La presente obra se ubica en esta perspectiva y recoge una serie de artículos que el A. ha escrito a lo largo de más de treinta años, ofreciendo una valiosa aportación al conocimiento de la figura de Jesús, que es como una pequeña semilla sembrada en el campo de la historia, pero cuya fuerza insospechada cambió la historia de la humanidad. El A. ha respetado el formato original de estos estudios y solo ha introducido observaciones, por lo general, de tipo bibliográfica. Esto hace que se observen inevitables repeticiones. Quizás una presentación en orden cronológico habría puesto más de manifiesto el progreso de la investigación de Aguirre, un ejemplo significativo dentro de la “historia de la investigación” en este campo específico.

El libro está organizado en cuatro partes bien equilibradas La primera –“Interpretación crítica del Nuevo Testamento”– analiza el uso de diversos métodos y las cuestiones que se suscitan en torno a la aplicación de los mismos. Subraya la importancia de las ciencias sociales en el campo de la investigación de los estudios neotestamentarios y cómo estas han contribuido a reflexionar y comprender mejor el contexto en el que surgieron los escritos (79). Aunque el aporte de las ciencias sociales no siempre ha sido bien acogido por los exégetas, Aguirre ha demostrado con su propio trabajo la posibilidad real de combinar armónicamente el estudio crítico y la lectura creyente de los textos.

La segunda parte –más extensa– recoge estudios sobre Jesús de Nazaret (“la Semilla”) y aborda aspectos centrales de la persona de Jesús y su relación con la realidad social. Señala aquí cuatro diferentes perspectivas sobre Jesús el Cristo, al postular (303): a) la del Jesús real, que es el Jesús del pasado en su facticidad objetiva; b) la del Cristo del dogma, que solo tiene un ligero contacto con la historia y es el que encontramos en las formulaciones dogmáticas; c) la del Jesús histórico, reconstrucción que se puede realizar a partir de datos parciales y que se encuentra condicionada por la propia perspectiva de historiadores además de otros factores; d) la del Jesús narrado por los evangelios, que encontramos en los escritos canónicos. Esta perspectiva es una interpretación desde la fe en la persona y vida de Jesús. De este modo, el A. nos ayuda a percibir que los evangelios no son meramente ficticios sino interpretaciones teológicas de acontecimientos históricos (304), una afirmación clave para comprender por qué es necesario reflexionar sobre el sentido teológico del Jesús histórico.

La tercera parte desarrolla “los frutos de la Semilla”. Sus tres artículos analizan la expansión y conformación de las comunidades que reivindicaron la memoria de Jesús y sus enseñanzas.

La cuarta parte recoge cuatro estudios en torno al evangelio de Mateo, a cuyo estudio se ha dedicado especialmente el A. desde los tiempos de su tesis doctoral. Es sobre todo aquí donde se puede apreciar mejor el valioso aporte que la exégesis sociológica ofrece a los estudios del NT.

Si bien los artículos no se presentan según un orden cronológico, el lector atento puede descubrir la unidad y coherencia interna de las partes y la cohesión entre ellas, conseguido el trabajo artesanal que hace parecer un hilo conductor a lo largo de todos los capítulos. La amplia bibliografía que cierra el libro (455-485) es indicio de un vasto trabajo de investigación. Se agradecen también las referencias precisas a la publicación original de los artículos del A. recogidos en esta obra.

Queda para los lectores la tarea de una síntesis de las cuestiones abordadas en este libro y la identificación de algunos problemas abiertos que pueden motivar nuevas investigaciones.

La fuerza de la semilla pretende mostrarnos la importancia de la figura de Jesús (semilla), pero también reflejar el itinerario del A. Porque deriva de investigaciones realizadas cuando era objeto de duras críticas. Su tenacidad y perseverancia abrió nuevos senderos en el campo bíblico despertando el interés de otros estudiosos. Un ejemplo de una semilla que muere para dar fruto (Jn 12,24).

El trabajo del A. demostró la necesidad de la interdisciplinariedad para una comprensión más rica del texto bíblico y contribuyó de manera decisiva a posicionar la exégesis sociológica en los estudios bíblicos. Esta ayuda a superar la percepción analítica –que pierde de vista el sentido de totalidad– y la superespecialización sectorial –que no acaba de preguntarse por el sentido del conjunto–, y de esta manera se evita caer en una lectura idealista e ingenua (46). Al mismo tiempo, la larga y fecunda trayectoria académica de Aguirre documentada en esta recopilación de sus artículos es el testimonio de que la exégesis sociológica obliga al exegeta a no quedarse “en los ámbitos eclesiales ni en sus circuitos académicos habituales. Tendrá que participar, en el ágora de la sociedad laica, en las discusiones sobre las raíces de nuestra cultura, hacer relevante el mensaje de la Biblia” (109).

Carlos Torres

Universidad Pontificia de Salamanca

carlosetorres2011@gmail.com