Lo que los biblistas pueden aprender de Jerónimo: dieciséis siglos después de su fallecimiento

Dominik Markl

Pontificio Istituto Biblico (Roma)

markl@biblico.it

https://orcid.org/0000-0002-5202-048X

Resumen: Jerónimo de Estridón (ca. 347-420 EC) fue, después de Orígenes, uno de los pocos intelectuales cristianos de la antigüedad que se dedicó al estudio profundo de las lenguas bíblicas griega y hebrea. Su traducción latina, la Vulgata, estilísticamente muy lograda, fue recibida como la Biblia estándar del cristianismo occidental durante todo un milenio. Además de sus intensos estudios de literatura e idiomas, el logro monumental de Jerónimo como investigador de la Biblia se basó en su entusiasmo monástico, en las enseñanzas de una amplia gama de exegetas de procedencia cristiana y judía, en un vasto conocimiento de la geografía bíblica y una red académica que se extendió por la cuenca mediterránea.

Palabras clave: Jerónimo de Estridón. Traducción de la Biblia. Vulgata. Recepción. Historia académica.

What Biblical Scholars Can Learn from Jerome: Sixteen Centuries After His Demise

Abstract: Jerome of Stridon (ca. 347-420 ce) was, after Origen, one of few Christian scholars of antiquity who engaged in profound studies of the biblical languages Greek and Hebrew. His stylistically accomplished Latin translation was received as the standard Bible of Western Christianity for a millennium – the Vulgate. Besides his intense studies of literature and languages, Jerome’s monumental achievement as a biblical scholar was grounded in monastic enthusiasm, the teaching of a wide range of exegetes of Christian and Jewish provenance, a knowledge of biblical geography, and an academic network that spanned the Mediterranean basin.

Keywords: Jerome of Stridon. Bible translation. Vulgate. Reception. History of scholarship.

Se puede afirmar que Jerónimo fue uno de los expertos en Biblia que más han influido en la historia del cristianismo1. Fue el primero que realizó traducciones de la mayoría de los libros del canon bíblico; de hecho, su traducción al latín fue generalmente aceptada como la “Vulgata” en el Occidente cristiano a lo largo de más de un milenio. Ya durante su vida, los trabajos exegéticos de Jerónimo fueron utilizados por figuras destacadas como Agustín de Hipona. En todo el período medieval y en la primera etapa de la modernidad, Jerónimo fue presentado como un excelente ejemplo de maestro de ascesis2. Junto con Ambrosio, Agustín y Gregorio, fue venerado como uno de los grandes doctores de la iglesia latina, siendo confirmado como tal por el Papa Bonifacio VIII en 1295. Incluso hoy, uno de los comentarios bíblicos más ampliamente difundidos se titula Comentario Bíblico “San Jerónimo”3. ¿Cuál fue la clave del éxito de Jerónimo? A continuación voy a presentar algunos aspectos de su vida y enseñanza que, mutatis mutandis, aún pueden servir como modelo para los biblistas contemporáneos.

1. Estudios de Lenguas y Literatura

Jerónimo nació alrededor del año 347 en la ciudad de Estridón4, en una región periférica del Imperio romano, correspondiente a algún lugar de la actual Croacia. Pasó sus años de adolescencia en Roma estudiando lengua y literatura latinas con Aelius Donatus, en aquel momento, el intelectual más respetado en dicho campo. Los libros de Donato se convirtieron en obras de referencia sobre gramática en el período medieval. “Cuando se trata de latín, he pasado mi vida, casi desde la cuna, entre gramáticos, retóricos y filósofos”, escribe Jerónimo en su prefacio a Job. Parece haber perfeccionado el griego durante su primer viaje a Oriente, cuando rondaba los treinta años (373-379). Sin embargo, lo más excepcional fue su estudio exhaustivo de la lengua hebrea5, que Jerónimo realizó en el periodo de dos años en que permaneció en el desierto de Siria. Su conocimiento del hebreo se hizo cada vez más profundo a medida que traducía los libros del Antiguo Testamento con la ayuda de asesores judíos. Además Jerónimo adquirió también conocimientos, aunque menos profundos, de los idiomas arameo y siríaco.6

Jerónimo, a diferencia de los alumnos modernos de hebreo, no disponía de gramáticas ni de libros de texto de hebreo. Tuvo que adquirir su comprensión de los textos hebreos escritos sin vocales a fuerza de un minucioso estudio personal y de la ayuda de sus maestros. Se jacta de sus sufrimientos al estudiar el idioma. Después de haber leído grandes obras latinas como las de Cicerón y Plinio, escribe:

Ahora estaba aprendiendo el alfabeto y estudiando las palabras hebreas con sus sibilantes y guturales. Solo yo y los que vivían conmigo conocemos las tensiones que he tenido que soportar, las dificultades que tuve que superar, con cuanta frecuencia me desesperaba, cuántas veces me rendí pero, llevado por el ansia de aprender, volví a empezar. Pero agradezco al Señor que de esta semilla de aprendizaje sembrada en amargura cosecho ahora sabrosos frutos (Ep. 125,12).

Jerónimo no fue el único cristiano de la Antigüedad que se familiarizó con los idiomas bíblicos. Su más eximio predecesor como estudiante cristiano del hebreo fue Orígenes (ca. 185-254) y, aunque Jerónimo atestigua que Epifanio de Salamina conocía el hebreo, pudo haber sido Jerónimo el último autor cristiano de origen no judío que en los siglos posteriores llegó a adquirir un conocimiento profundo del hebreo7. Solo con el creciente interés de los cristianos por la Kabbaláh durante el siglo xv y el interés de los humanistas por las fuentes de la antigüedad, los estudios del hebreo comenzaron a convertirse en una cuestión de prestigio entre los biblistas cristianos8. Jerónimo afirmó con orgullo, y tenía para ello muy buenas razones, que había sido reconocido como un experto de “hebreo, griego y latín, trilingüe” (Contra Rufinum III 6), y posteriormente fue honrado con el título de vir trilinguis.

En el transcurso de su vida, Jerónimo se movió ad fontes de la Biblia tanto geográfica como lingüísticamente: estudiando latín en Roma, griego en Constantinopla y Antioquía, y hebreo en Siria y Palestina9. La calidad del compromiso de Jerónimo con la Biblia se basaba en su voluntad de dedicar mucho tiempo y energía al estudio de los idiomas bíblicos, y a haberse beneficiado de sus primeros estudios sobre la teoría de la gramática y la literatura latina.

2. Entusiasmo monástico por la Biblia

Si bien sabemos poco sobre la infancia de Jerónimo, su educación clásica parece haber precedido a su interés ferviente por la Biblia. Recibió el bautismo solo en el 367, en Roma, cuando tenía ya alrededor de veinte años. Luego viajó a la residencia imperial Augusta Treverorum (ahora Tréveris, en Alemania), donde entró en contacto con el movimiento monástico y renunció a cualquier aspiración a una carrera secular, optando por una vida estrictamente monástica10. El primer monacato cristiano implicaba aprender de memoria el Salterio y otros escritos bíblicos11. “Meditar” significaba “rumiar”, es decir, repetir y “masticar” todas y cada una de las palabras de las Sagradas Escrituras, tal como sugiere el Shemá Israel: “Y estas palabras que te mando hoy estarán en tu corazón. Recítalas a tus hijos y repítelas cuando estés en casa y cuando estés fuera, cuando te acuestes y cuando te levantes” (Dt 6,6-7)12.

Aludiendo al versículo con el que se abre el Salterio: “Feliz el hombre… que pone su gozo en la Torá de yhwh, meditándola día y noche”, Jerónimo escribe:

¿Puede haber una vida diferente, una sin el conocimiento de la Biblia, mediante la cual Cristo es conocido, Él que es la vida de los creyentes?… ¡Otros pueden poseer tesoros, beber de copas con joyas, vestirse de seda brillante, disfrutar del aplauso de la gente y ser tan ricos que ningún lujo disminuya su riqueza! ¡Nuestro deleite es considerar la ley del Señor de día y de noche! (Ep. 30,7.13).

La memorización era un ingrediente básico de la educación clásica13 y, en la misma línea, Jerónimo recomendó la memorización de libros bíblicos enteros (Ep. 107,12). “Mediante la lectura constante y la meditación prolongada”, un cristiano perfecto hace de “su pecho una biblioteca de Cristo” (Ep. 60,10)14. Jerónimo percibió la Biblia esencialmente como “Sagrada Escritura”15. Vivía con la Biblia como un monje y predicador habitual16. Una actitud espiritual dirige además su trabajo como traductor. En su prefacio al Pentateuco, Jerónimo pide a Desiderius sus oraciones “para que pueda traducir estos libros al idioma latino con el mismo espíritu con el que fueron escritos”. El entusiasmo de Jerónimo con la Biblia se hizo más fuerte a lo largo de las décadas y le proporcionó la energía necesaria para llevar a cabo su impresionante obra de traducciones, comentarios y tratados.

Jerónimo escribió de Orígenes: “Él sabía de memoria las Escrituras, y se empeñaba día y noche en el estudio de su significado... ¿Quién no debería admirar su espíritu que ardía por las Escrituras?” (Ep. 84,8). Del mismo modo, un tal Postumianus elogió la dedicación de Jerónimo en su trabajo: “Está leyendo todo el tiempo. Está dedicado exclusivamente a sus libros, no se da un descanso, ni de día ni de noche. Todo el tiempo está leyendo o escribiendo”17. La ética de trabajo de Jerónimo estaba inspirada en un profundo fervor intelectual que era, al mismo tiempo, un deseo espiritual: Conocer en profundidad los escritos bíblicos para experimentar su don de vida espiritual. La pasión intelectual y el deseo espiritual alimentaron juntos su tarea académica18.

3. Una amplia lista de maestros de exégesis

Después de haber estudiado literatura clásica en Roma, Jerónimo accede a los centros de enseñanza cristiana en Oriente: Constantinopla, Antioquía y Alejandría. Así escribe a Pammachius y Oceanus:

un ferviente deseo de aprender me obsesionó. Pero no fui tan tonto como para tratar de enseñarme a mí mismo. En Antioquía asistía regularmente a las lecciones de Apolinar de Laodicea.

Pero en su tono típicamente mordaz resalta que fue un estudiante crítico: “aunque aprendí mucho de él acerca de la Biblia, nunca aceptaría su enseñanza dudosa sobre su interpretación” (Ep. 84,3). En Constantinopla (380-382), asistió a las lecciones de Gregorio Nacianceno y conoció a Gregorio de Nisa. Cuatro años después (386), cerca ya de su cuadragésimo cumpleaños, viajó a Egipto y estudió durante cuatro semanas con el famoso exégeta Dídimo el Ciego, en Alejandría. Además de frecuentar a los grandes maestros de exégesis de su tiempo, Jerónimo debía mucho conocimiento y habilidad hermenéutica a su lectura de autores anteriores, especialmente Orígenes y Eusebio de Cesarea (ca. 260-340). Aunque más adelante en su vida participó en polémicas contra Orígenes, los comentarios de Jerónimo muestran cuánto debía a este experto biblista tan prolífico19.

Jerónimo no solo intentó relacionarse con los maestros de la Biblia sobresalientes del pasado y de su tiempo y asistir a los centros de enseñanza más famosos, sino que también exploró caminos novedosos de investigación. Con frecuencia se comunicaba con judíos, no solo para estudiar hebreo, sino también para nutrirse de su conocimiento de la tradición rabínica en la interpretación de la Biblia20. Aunque alguna vez presumía de haber consultado a maestros judíos cuando en realidad copiaba a autores cristianos, él personalmente se comprometió con los judíos y su enseñanza, lo cual es especialmente visible en sus Hebraicae quaestiones in librum Geneseos, una obra bastante rara compuesta de estudios filológicos sobre el Génesis en el contexto de la enseñanza cristiana de la antigüedad21. Jerónimo incluso consultó el Pentateuco samaritano (Samaritanorum Hebraea volumina)22. Accedió a los varios recursos que estuvieran a su disposición y se relacionó con personas expertas de diversas procedencias para obtener un conocimiento y una comprensión más profundos.

4. Un centro de estudios en Tierra Santa

Después de haber estudiado y viajado durante las primeras cuatro décadas de su vida, Jerónimo finalmente se instaló en Tierra Santa para construir su propio centro de vida monástica y trabajo académico. Con la ayuda financiera de mujeres adineradas de Roma –especialmente Paula– que lo acompañaron en la vida monástica, fundó un monasterio femenino y otro masculino cerca de Belén, donde pasó las últimas tres décadas de su vida (389-419).

Un milenio antes de que se difundiera el libro impreso en Europa, la construcción de su biblioteca fue una enorme tarea organizativa y extremadamente costosa. Copistas profesionales habían sido enviados por todo el mundo mediterráneo para que trajeran copias de los manuscritos requeridos de dondequiera que estuvieran. Jerónimo había desarrollado un amor por los libros desde su juventud. Adquirió muchas obras clásicas a la edad de 20 años y, ya durante su segunda estancia en Roma (382-385), copió muchos escritos en hebreo, incluso los Jubileos23, cuya versión hebrea se perdería hasta que fueron descubiertos fragmentos en las cuevas de Qumrán24. Además de la adquisición, el intercambio de manuscritos era una estrategia común entre los bibliófilos. Cuando viajaba, Jerónimo siempre llevaba consigo toda su colección de escritos; la biblioteca que construyó en Belén fue una de las más extensas en su género25. También consultó la biblioteca de Cesarea que contenía la colección de Orígenes y que había sido ampliada por Eusebio de Cesarea26. Recopilando y comparando manuscritos de la Biblia, Jerónimo se involucró intensamente en lo que se conoce en los estudios bíblicos como crítica textual27.

La elección del lugar no fue en absoluto una coincidencia. Belén brindaba la tranquilidad necesaria, lejos de cualquier centro de política y economía, para concentrarse en el trabajo académico. Al mismo tiempo, el entorno de Tierra Santa facilitó el estudio de la geografía y de la naturaleza que refleja la Biblia, lo que se puede apreciar, por ejemplo, en su revisión de una obra griega sobre topónimos hebreos (De situ et nominibus locorum hebraicorum, hacia el 390). La mayor producción de su obra tuvo lugar en Belén. Si bien había revisado las traducciones de los evangelios durante su segundo período en Roma (382-385), su nueva traducción de la Biblia hebrea fue realizada durante sus primeras dos décadas en Belén (ca. 390-410). Jerónimo se convirtió en una figura eminente tanto como traductor como en su condición de teórico de la traducción28. Produjo una de las traducciones más influyentes de la Biblia, que se convirtió en un monumento significativo en el panorama de la historia cultural del cristianismo occidental. Muchos de sus comentarios exegéticos, así como de sus obras filológicas, fueron escritos en Belén. Si bien comentó grandes partes de la Biblia, sus comentarios sobre los profetas son de especial importancia29. Los escritos exegéticos de Jerónimo fueron ampliamente conocidos y muy apreciados en los siglos posteriores.30

5. La red académica y la realidad política

Aunque Jerónimo es conocido por su carácter difícil, ciertamente era un buen comunicador; de lo contrario, no habría podido realizar proyectos que involucraran tareas organizativas complejas. La construcción de sus monasterios y su biblioteca en Belén presupuso una importante estrategia de recaudación de fondos, que aún puede ser reconstruida a partir del corpus de cartas que ha llegado hasta nosotros, y las dedicatorias de sus obras a donantes adinerados. Su red se extendió por todo el Mediterráneo, desde lugares tan lejanos como Belén hasta lo que hoy es Egipto, Túnez, Turquía, Alemania, Italia, Francia y España31. El arte de la comunicación de Jerónimo, sin embargo, no se limitaba a la escritura diplomática, sino que tenía raíces en encuentros personales. Se implicó en grupos de discusión teológica, especialmente con mujeres, en el monte Aventino, en Roma, pudiendo convencer a algunas de ellas para que se unieran a él en la vida monástica en Tierra Santa32. Su capacidad de amistad se puso de relieve en su sufrimiento por la muerte de Paula en el 404, ya que lo incapacitó para realizar cualquier tipo de trabajo académico de relevancia durante dos años33.

Además, Jerónimo necesitaba fuerza comunicativa para defender su trabajo innovador contra la resistencia y la oposición directa. Esto concernía especialmente a su revisión de las traducciones bíblicas, ya que las traducciones del latín antiguo, a pesar de su diversidad, se habían convertido en piedra de escándalo para muchos. En su prefacio a los evangelios prevé que cualquiera que pudiera percibir los cambios en su re-traducción “me llamaría falsificador, proclamándome ahora un hombre sacrílego, que me atrevo a agregar, cambiar o corregir cualquier cosa en los libros antiguos”. Al traducir el Antiguo Testamento del hebreo, tuvo que argumentar contra muchos que consideraban la Septuaginta como inspirada34. Aunque había traducido mucho de la versión griega de la Biblia, defendió su empeño en transmitir la “verdad hebrea” (hebraica veritas)35.

La tensión entre la auto-reclusión monástica y la imposibilidad de retirarse de los principales desarrollos sociales de su tiempo marcó el último período de la vida de Jerónimo. La conquista y destrucción de Roma por los visigodos el 24 de agosto del 410 trastornó a Jerónimo: “yo, como dice el refrán, no recordaba mi propio nombre; y por tanto, estuve en silencio por mucho tiempo, sabiendo que era un tiempo de lágrimas” (Ep. 126,2; cf. Qo 3,4). Dos años después, Palestina y Egipto sufrieron las invasiones bárbaras y, en el 416, cuando el monasterio de Jerónimo fue asaltado, saqueado e incendiado, él pudo salvarse con muchos de sus compañeros en la torre fortificada del monasterio. Este desastre parece que marcó el final de su escritura académica –el comentario sobre Jeremías, en el que estaba trabajando en ese momento, quedó inconcluso–. Aunque su propia biblioteca pudo haber sido destruida durante estas agitaciones o perdida no mucho tiempo después de su muerte, sus obras ya se habían extendido por el Mediterráneo y han sido conservadas, en gran medida, hasta hoy. Próspero de Aquitania (ca. 390-455) relata en su Crónica que Jerónimo murió el 30 de septiembre de 420, pero los historiadores ahora consideran el final de 419 como una fecha más probable. Los restos de Jerónimo se sepultaron primeramente en la gruta de Belén, pero se trasladaron a la Basílica de Santa María la Mayor, de Roma, en el siglo xiii36, donde se veneran hasta ahora.

6. Tras los pasos de Jerónimo

Jerónimo fue un modelo para la enseñanza monástica en la Edad Media; y Erasmo de Rotterdam lo consideró un ejemplo de erudición humanista. Martín Lutero, sin embargo, tenía una opinión menos entusiasta del uso de la alegoría por parte de Jerónimo y la autorización de la Vulgata en el Concilio de Trento, frente a la propagación de las traducciones vernáculas por los reformadores, ayudó a “catolicizar” la imagen de Jerónimo en los siglos siguientes.

En 1920, en la conmemoración del 1500º aniversario de su muerte, el papa Benedicto XV dedicó la encíclica Spiritus Paraclitus a Jerónimo, alabándolo como Doctor Máximo, dado por Dios a la Iglesia “para la comprensión de la Biblia”. La encíclica invitaba a los obispos a recordar a sus sacerdotes la importancia de estudiar la Biblia y recomendaba particularmente su estudio en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, que había sido fundado por Pío X en 1909. Los editores de la recién fundada revista Biblica del Instituto celebraron con alegría a Jerónimo como un punto de referencia para la exégesis católica romana37. Si bien Jerónimo sirvió, a este respecto, como un ejemplo de exégesis tradicional en defensa apologética contra la crítica histórica protestante y modernista, el rol del Instituto ha cambiado enormemente –y Jerónimo es visto bajo una luz diferente–. Hoy, mientras 350 estudiantes de todo el mundo se dedican a estudios filológicos y exegéticos minuciosos en el Pontificio Instituto Bíblico con sus dos casas en Roma y Jerusalén, y aprenden de los exegetas cristianos y judíos de diferentes escuelas, se puede afirmar que lo hacen siguiendo las huellas biográficas de Jerónimo.

Jerónimo fue uno de los espíritus más dinámicos del primer milenio del cristianismo, alguien que viajó y estudió lenguas con un rigor y una pasión ascética incomparables. Comunicador flexible, se comprometió con las grandes tradiciones de la exégesis de su tiempo, así como en el diálogo con los judíos, a pesar de las notorias animosidades entre ellos y los cristianos. Abogó por la Hebraica veritas, reconectando el mundo latino del cristianismo más próximo con las raíces de sus orígenes hebreos y judíos. La Reforma, de hecho, siguió sus pasos al abogar por la traducción de la Biblia de las lenguas originales a las lenguas vernáculas, y este es el camino que la Iglesia Católica Romana ha estado siguiendo desde el Concilio Vaticano II. Hoy, Jerónimo es un ejemplo para los exegetas de cómo abordar nuestra tarea con una mente abierta: de utilizar todos los medios a nuestro alcance y comunicarnos con cualquier persona de profunda formación para comprender las Escrituras con mayor hondura para nuestro tiempo. Así mismo, el estudio de lenguas y culturas debería permitir a los exegetas, como Jerónimo, convertirse en traductores y mediadores, es decir, en personas agentes de integración de culturas.

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[recibido: 18/11/20 – aceptado: 12/02/21]


1 He redactado este artículo originalmente en inglés: “What Biblical Scholars Can Learn from Jerome: Sixteen Centuries After His Demise”, Vulgata in Dialogue 4 (2020). Agradezco a Alfredo Acevedo la traducción al castellano. La versión en portugués de este artículo es “O que os biblistas podem aprender de Jerônimo: dezesseis séculos após seu falecimento”, Revista de Cultura Teológica 95 (2020) 11-21. Una versión más breve en italiano es “San Girolamo, sedici secoli dopo la sua morte”, La Civiltà Cattolica 4087 (2020) 63-71.

Sobre la recepción de Jerónimo, ver esp. Scheck et al., “Jerome”; CainLössl (eds.), Jerome, esp. 175-279.

2 Ver Marsengill, “Jerome. III. Visual Arts”.

3 La primera edición de The Jerome Biblical Commentary (ed. por R. E. BrownJ. A. FitzmyerR. E. Murphy) fue publicada en 1968 (Comentario Bíblico “San Jerónimo”, 5 tomos, Madrid 1971-1972); los mismos editores publicaron una segunda edición revisada, The New Jerome Biblical Commentary (1990). The New Jerome Biblical Commentary: Second Revised Edition (ed. por J. J. CollinsG. Hens-PiazzaB. ReidD. Senior), se publicará próximamente en Bloomsbury.

4 Para una información biográfica sobre Jerónimo, recurro a la monografía de Fürst, Hieronymus; una introducción concisa a su vida y obra es la de Kamesar, “Jerome”.

5 Sobre el conocimiento del hebreo por Jerónimo, ver Brown, Vir Trilinguis, esp. 87-120; Fürst, Hieronymus, 79-83.

6 Fürst, Hieronymus, 80.

7 Ver Graves, Jerome’s Hebrew Philology, esp. 117-127.

8 Sobre el renacimiento de los estudios hebreos entre cristianos, ver esp. Burnett, Christian Hebraism.

9 Cf. M. Gilbert, “Saint Jérôme”, esp. 10-13.

10 Sobre el desarrollo del monacato en el tiempo de Jerónimo, ver Fürst, Hiero—nymus, 45-54.

11 Cf. von SeverusSolignac, “Méditation”, 909-910; Bacht, “Meditatio”, esp. 364-373.

12 FischerLohfink, “Diese Worte”, esp. 63.

13 Robertson, Lectio Divina, 75-76.

14 Ib., 79.

15 Kieffer, “Jerome”, 671, enumera las siguientes expresiones utilizadas por Jerónimo: “scriptura sancta, scriptura sacra, libri sancti, volumina sancta, historia sacra, litterae sacrae, volumina sacra, scriptura divina, scriptura Dei, scripturae dominicae, sermo Dei, sermo divinus, sermo Domini, sermo dominicus, verbum Dei, verba divina, codices divini, libri divini, volumina divina, volumina divinarum litterarum, scripturae caelestes, caelestis scripturarum panis”.

16 Cf. Gilbert, “Saint Jérôme”, 13-14: “Il y a ainsi, entre la Bible et lui, une sorte de connaturalité, de connivence”.

17 Sulpicius Severus, dial. I 9,5 (CSEL 1, 161), citado en Fürst, Hieronymus, 59.

18 Cf. las consideraciones sobre “l’objectivité d’un passionné” en Gilbert, “Saint Jérôme”, 23-24.

19 Ver Fürst, Hieronymus, 134.

20 Sobre las relaciones de Jerónimo con los judíos, ver Brown, Vir Trilinguis, 167-193.

21 Fürst, Hieronymus, 137-144; Kamesar, Jerome, Greek Scholarship, and the Hebrew Bible, esp. 672

22 Fürst, Hieronymus, 73: en Commentarii in epistolam ad Galatas II 3,10 (Corpus Christianorum. Series Latina 77A, 84); Prólogo al libro de los Reyes, en la Vulgata.

23 Fürst, Hieronymus, 70; Sutcliffe, “St Jerome’s Hebrew Manuscripts”, esp. 204.

24 Cf. Vanderkam, Jubilees, 13-17.

25 Cf. Fürst, Hieronymus, 72-73.

26 Fürst, Hieronymus, 74.

27 Ib., 73 y 125-127.

28 Cf. Graves, “Vulgate”, esp. 283-284; Kieffer, “Jerome”, 670-675; Bartelink, Liber de optimo genere interpretandi. Sobre la teoría de la traducción en la antigüedad, ver Seele, Römische Übersetzer; Marti, Übersetzer der Augustin-Zeit.

29 Kamesar, “Jerome”, 670-674; Kieffer, “Jerome”, 675-680; Fürst, Hieronymus, 122-125.

30 Nautin, “Hieronymus”, 311: “Man kann ohne Übertreibung sagen, daß Hieronymus innerhalb der lateinischen Kirche für die Schriftauslegung die gleiche Bedeutung hatte, wie Augustin für die Theologie”.

31 Sobre la red de “amistades” de Jerónimo (amicitiae) ver Fürst, Hieronymus, 75-79, la prosopografía, ib. 157-252 y el mapa en la contraportada del libro.

32 Ver ib., 54-58, 211 y 225-226.

33 Ib., 226.

34 Ib., 112-119.

35 Ver ib., 107-111; Brown, Vir Trilinguis, esp. 55-86.

36 Ivić, “Recubo praesepis ad antrum”, esp. 92-93.

37 Biblica 1 (1920), esp. 431-517.